dijous, 27 de novembre del 2014

Kois: CONAMA, la Economía Solidaria y los habitantes de Lilliput



Post de la web  “Última Llamada”   que parla de dos congressos que s’acaben de realitzar: CONAMA i el I congrés internacional d’Economia Solidaria. Exposa força be el que està passant amb les polítiques mediambientals quan s’enfoquen en la resolució  problemes sectorials, oblidant la causa primera de tots ells,  que és el model econòmic.  El post acaba amb paraules de Manfred Max Neef:  l’economia solidaria per ella sola no és suficient per realitzar la transició econòmica , encara que és una bona palanca per activar els canvis estructurals que necessitem.

(Hoy reproducimos un artículo de KoisJosé Luis Fernández Casadevante— aparecido esta semana en el blog Última Llamada de ElDiario.es.)
Jose Luis Fernandez CasadevanteLa casualidad ha unido de forma simbólica en la misma semana el XII Congreso Nacional del Medio Ambiente CONAMA y el I Congreso Internacional de la Economía Solidaria. Dos eventos radicalmente distintos por su vocación, magnitud, forma de organización y financiación, o por las repercusiones mediáticas y los ecos que provocan en la esfera pública. Una coincidencia que nos sirve como excusa para trazar los contornos de distintas formas de aproximarse a la relación entre economía y crisis ecológica, así como los imaginarios alternativos que se apuesta por movilizar para enfrentarla.

CONAMA es el principal foro de nuestra geografía donde convergen todos los enfoques y problemáticas relacionadas con el medio ambiente (energía, cambio climático, agua, biodiversidad, economía, regeneración urbana, desarrollo rural, residuos…). Un macroevento organizado desde 1992 por una Fundación dependiente del Colegio de Físicos, en el que se dan cita todas las sensibilidades ecologistas. Nacido con un perfil académico y pensado originalmente para el encuentro del personal técnico y político de las distintas administraciones públicas implicadas en el sector, con el paso del tiempo el congreso ha ido ganando presencia tanto de empresas como de organizaciones sociales (consumidores, ecologistas, vecinales, etc.).
La organización de CONAMA suele afirmar que son muchos congresos en uno, y esto es cierto por el frenético volumen de actividad, pero también porque los planteamientos de quienes acuden se mueven en planos diferentes de la realidad. En sus salas y pasillos se entrecruzan, muchas veces sin encontrarse, contradictorias visiones sobre la crisis ecológica: la del responsable político que cotidianamente gobierna subordinando la cuestión ambiental, la del técnico municipal que anda batallando para impulsar un plan de movilidad sostenible coherente, la del encargado de responsabilidad social corporativa de las empresas más depredadoras, o la de quien trata de paralizar sus desmanes en las calles o en los juzgados.
Uno de los aspectos más saludable de este tipo de foros es que obligan al ecologismo social a salir de los espacios donde se siente cómodo, para interactuar con desconocidos, debatir con ajenos y confrontar con los contrarios. CONAMA es una suerte de termómetro social en el que ir viendo el grado de compromiso político que se tiene, dónde se sitúan las apuestas por el cambio y cuál es la hegemonía simbólica respecto a la urgencia y gravedad de la crisis ecológica (límites biofísicos en el acceso a recursos y energía, alteraciones en los servicios de los ecosistemas o el cambio climático, por ejemplo). Y lo cierto es que los resultados no son muy esperanzadores porque, entre otras cosas, como decía aquel proverbio árabe, resulta difícil despertar a quien se hace el dormido.
Los motivos éticos, sociales y ambientales para reformular nuestro sistema socioeconómico sobran desde hace décadas, pero no han resultado ser muy convincentes. Así que hemos terminado asumiendo que no estamos ante un problema de falta de información, sino de falta de voluntad por asumir las consecuencias derivadas de los diagnósticos.
En eventos tan amplios y heterogéneos como CONAMA, se habla tanto de los problemas del medio ambiente, que se deja de hablar de sus raíces económicas, difuminando la idea fuerza de la inviabilidad, en términos biofísicos, del actual modelo. Y sin embargo, en congresos como el de Economía Solidaria casi sin hablar de medio ambiente, se esboza más nítidamente la relación entre democratización de la economía y transición hacia sociedades más inclusivas, equitativas, y que puedan ser sustentables ambientalmente.
Este modesto congreso es impulsado por una constelación de entidades, principalmente redes de economía alternativa y empresas del cooperativismo social, que creen que hacen falta menos declaraciones de intenciones y más buenos ejemplos. Un foro donde, entre otras cosas, se abordan los vínculos de la economía solidaria con el feminismo y la ecología, con el consumo, el mundo rural o las administraciones públicas. Un encuentro donde intercambiar conocimientos y tejer complicidades, profundizar alianzas y consensuar estrategias. De modo que el valor de lo hablado no será tanto el de las palabras, sino el de lo que tales palabras hacen, las realidades socioeconómicas que sustentan y que se proyectan en el futuro inmediato.
Estas entidades y empresas funcionan dentro de la economía convencional, pero desconectadas de sus lógicas, valores y prácticas. Viables empresarialmente invierten, sin embargo, conscientemente, las prioridades de la economía convencional: satisfacción de necesidades frente a rendimientos financieros, fuerte territorialización y vinculación con el entorno frente a la amenaza de deslocalización, promoción de procesos de cooperación frente a competencia, priorización de la rentabilidad social frente a la unidimensional tasa de ganancia, apuesta por el empleo y por los grupos sociales más vulnerables frente a aquellas intensivas únicamente en capital.
El movimiento de la economía solidaria no ha parado de crecer lentamente durante los últimos años, especialmente tras la eclosión del 15M, y ha logrado introducirse en sectores estratégicos como el del acceso cooperativo a la banca, los servicios financieros, el de la producción y comercialización de energías renovables, y el de los seguros, alimentación, y vivienda. Su fórmula más acabada es la de los mercados sociales donde, de forma territorial, estas entidades se apoyan mutuamente, así como en consumidores individuales y colectivos, comprometiéndose a invertir, producir y consumir preferencialmente dentro de este circuito comercial alternativo; un circuito que según se expande va siendo capaz de satisfacer de forma creciente el conjunto de nuestras necesidades.
La salida de la crisis ecológica necesita de la articulación de un movimiento social que intervenga directamente en el plano de la economía, y cuyo protagonismo vaya más allá de ofrecer sesudos marcos teóricos para impulsar iniciativas que resulten inspiradoras, nos ilusionen y nos devuelvan la confianza en el cambio. En suma, para demostrar la viabilidad práctica de otras formas de producir y consumir, incorporando criterios sociales y ecológicos como reguladores de la actividad económica.
El movimiento de la economía solidaria debe ser capaz de acumular fuerza y legitimidad suficiente como para reorientar las políticas públicas hacia un verdadero cambio de modelo productivo, que vaya más allá de sustituir la fabricación de ladrillos por ordenadores, para plantearse que la forma en que satisfacemos nuestras necesidades debe ser compatible con nuestro trocito de biosfera (so pena de robar recursos en algún otro lugar del planeta) y con la equidad social (so pena de perpetuar el privilegio de unos grupos sociales sobre otros).
El economista Manfred Max Neef suele afirmar que ante grandes males, son necesarias muchas soluciones pequeñas, coordinadas y coherentes. Siguiendo estas premisas, la existencia de estas prácticas económicas alternativas, por parciales, fragmentarias o inacabadas que puedan resultar, deviene imprescindible en periodos de crisis, pues ponen a disposición de la sociedad nuevas estructuras y patrones de comportamiento (estilos de vida, valores, creencias, deseos o normas sociales). No son autosuficientes para realizar una transición socioeconómica, pero son una palanca desde la que activar los cambios estructurales que necesitamos. Igual que los pequeños habitantes del Lilliput en Los Viajes de Gulliver, con ingenio e ingenuidad, se afanan en contener al gigante para anticipar así los esbozos de una sociedad postcapitalista.

 

 




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