dijous, 22 de gener del 2015

Caos sistémico en el capitalismo global

Article publicat a la revista   El Ecologista de Ecologistas en acción
No hay salida a la crisis de hegemonía estadounidense ni a la crisis capitalista.
Luis González Reyes, Ecologistas en Acción [1]. Revista El Ecologista nº 83.
La profunda crisis actual no es solo del capitalismo sino también de las principales teorías que lo han sostenido, las liberales y las keynesianas, pues ambas se basan en recuperar el crecimiento como si no existiesen límites físicos en el planeta. Aunque tradicionalmente la caída de una hegemonía mundial, en la actualidad la de EE UU, es sustituida por otra, en esta ocasión China no va a poder alcanzar dicha hegemonía. Y el motivo principal es que no van a quedar recursos baratos para poder sostener ninguna otra potencia hegemónica.
La hegemonía estadounidense hace aguas por varias razones: i) pérdida de legitimidad a nivel internacional; ii) erosión de elementos claves de su potencia económica; iii) incapacidad de controlar el suministro mundial del petróleo y, mucho menos, de contener el alza de su precio; y iv) límites cada vez más claros a su fortaleza militar. Hablar de la crisis de la hegemonía estadounidense es, en realidad, hablar de la crisis del capitalismo global. Por falta de espacio, en este artículo abordamos solo el segundo aspecto.
El crecimiento económico, allí donde se ha producido durante la Gran Recesión, es inestable, ya que se basa en el apoyo de los Gobiernos (coyuntural y en las mismas líneas productivas que generaron la crisis) y en la inmensa inyección monetaria de los bancos centrales. Un indicador claro de esta debilidad es que sigue sin fluir el crédito hacia la economía productiva y, sin crédito, esta no puede funcionar. Y sin economía productiva que crezca no hay sistema capitalista que se sostenga. La falta de crédito muestra la debilidad, cuando no la inexistencia, de una recuperación real, pues no hay confianza en que la economía productiva vuelva a crecer. Es más, la desconfianza está también en las capacidades del sector financiero, no en vano está lejos de haber saneado sus tóxicos balances. En realidad, la inmensa inyección de liquidez barata y la creación de “bancos malos” han evitado que el precio de los activos sobrevalorados bajen lo que debieran y, por lo tanto, siguen las bases de esta crisis.
Un petróleo en cantidad decreciente, cada vez más caro
Las medidas anticrisis están profundizándola más que ayudando a solventarla. Por una parte, porque el aumento de la masa monetaria puede terminar produciendo una importante inflación. Un segundo factor que empujaría la inflación sería el alza del precio del petróleo como consecuencia de su disponibilidad decreciente [2]. Además, hoy en día los bancos centrales tienen cada vez menos control de la masa monetaria (que en gran parte es creada por la banca privada al dar créditos) y, por lo tanto, son menos capaces de regular la inflación. Si hasta ahora no se ha producido esta inflación (es más, se está rozando la deflación en algunos momentos y territorios) es debido a la bajada del consumo por la crisis. Si la actividad económica se recupera, el aumento del consumo de petróleo disparará su precio y la gran liquidez existente espoleará también la inflación, de forma que se cercene una posible recuperación de la economía capitalista.
La gran liquidez también puede estar generando la creación, y posterior explosión, de nuevas burbujas financieras. Este es un fenómeno que podría estar gestándose ya, pues hay una gran cantidad de dinero moviéndose en busca de inversiones que se está colocando (acciones, deuda pública, materias primas) sin considerar mucho la fiabilidad del negocio.
Esta inmensa creación de dinero terminó por meter en una trampa a la Reserva Federal (y al resto de bancos centrales). Si mantiene la barra libre monetaria, continuará alentando una nueva burbuja financiera y un proceso inflacionario. Pero la retirada de la quantitative easing, puede asfixiar la débil recuperación. De hecho, este tipo de políticas ya las intentó Japón en la década de 1990 (aunque menos agresivas) con pobres resultados, sobre todo en el plano productivo. Además, con los tipos de interés por los suelos (tan por los suelos que en realidad son negativos si se descuenta la inflación) y subastas de liquidez astronómicas, las capacidades de los bancos centrales para impulsar la economía son cada vez menores.
Además de la falta de salida real de la crisis, el primer problema que afronta EE UU para el sostenimiento de su hegemonía son los déficits gemelos que arrastra: el de cuenta corriente (exportaciones menos importaciones) y el público (ingresos menos gastos de las administraciones). Sin embargo, la deuda de EE UU no es solo ni fundamentalmente pública, sino que el mayor monto es privado y en concreto corresponde a las instituciones financieras. Para enjugar estas balanzas negativas, que le hacen ser el principal deudor del mundo, EE UU cuenta con ser el primer atractor de capitales a nivel internacional. Esto lo hace a través de Wall Street (inversiones en deuda, acciones, derivados). Pero, desde el inicio de la Gran Recesión, no consigue atraer el nivel de capital necesario para mantener el ritmo pre-2008 de inversión en su sector privado. Además, si EE UU optase por reducir el déficit público mediante un recorte en los gastos militares, minaría su principal ventaja a nivel mundial.
Es importante señalar que el funcionamiento de la economía mundial depende de algo difícilmente sostenible: los déficits de EE UU. Si se reduce el déficit estadounidense mediante un recorte en el consumo, las fábricas del mundo, entre ellas las chinas, no encontrarían mercado para su ingente producción. Esto explica en parte que China sea el mayor acreedor del país norteamericano.
El dólar se debilita
La pérdida paulatina de presencia internacional del dólar es otro importante problema para EE UU por las ventajas que esto le reporta: i) El hecho de que sea la principal divisa le permite pagar la deuda en su propia moneda. En parte creándola. ii) Mientras que el grueso del comercio del mundo se realice en dólares, será la divisa que los bancos acumularán como reserva para poder llevarlo a cabo y los bancos centrales no solamente compran dólares para las transacciones internacionales, sino que también adquieren los bonos del Estado que los emite. iii) Mientras el resto de países se ven obligados a controlar el déficit comercial para no enfrentarse a un colapso monetario, EE UU puede escapar de esto gracias a que el resto del mundo sostendrá la cotización del dólar para tener capacidad de compra en los mercados y no perder sus reservas. iv) El dólar genera los mayores derechos de señoreaje [3] al ser la moneda de referencia y mundial.
El dólar se debilita por diversas razones. Por un lado, el sostenimiento del déficit actual mina su credibilidad. Además, la gigantesca emisión que está realizando la Reserva Federal limita su posición como moneda de reserva mundial. Aunque esto se ve enmascarado por el efecto refugio que todavía supone en tiempos turbulentos y porque el resto de bancos centrales, sobre todo los de la UE, Reino Unido y Japón, están tomando medidas similares. Su fortaleza se debe más a la debilidad de sus competidores (euro, yen) y a que el renminbi (moneda de la RP de China, o yuan) no es totalmente convertible en los mercados internacionales. La decisión de en qué momento cae el dólar en gran parte está en manos de China, que posee las mayores reservas, y esta decisión poco a poco va avanzando. Así, China está presionando para el uso a nivel internacional de una canasta de monedas y no dólares exclusivamente. Y esto está siendo más que una presión, pues importantes países están dejando de usar dólares para su comercio bilateral (en muchos casos de la principal mercancía que se comercia en el mundo, el petróleo). El punto de inflexión puede ser si Arabia Saudí (e Irak) dejan de vender su petróleo en dólares.
Sin embargo, hay problemas que podrían ser más estructurales que los déficits gemelos y la caída del dólar, y afectan al conjunto del sistema capitalista. La recuperación de las tasas de beneficios gracias a las políticas neoliberales (rebaja salarial, apertura de nuevos mercados a nivel territorial y de ámbitos de la vida, y financiarización de la economía) se hizo mayoritariamente sobre la base de una nueva fase de apropiación por desposesión, no por la creación de nueva riqueza. De este modo, elementos básicos de la crisis de los setenta (exceso de producción y de capital) siguen presentes. De hecho, el problema se ha agravado ya que, desde entonces, se ha producido un excedente de capital cada vez mayor que tiene problemas para colocarse. Y esto a pesar de la inmensa cantidad invertida en China. En el fondo, los beneficios no se recuperan porque la productividad ha ido aumentando cada vez menos. Y esta productividad no se va a volver a recuperar, fundamentalmente, porque su base era un petróleo abundante, barato y de gran calidad, que ya no existe.
A esto hay que añadir que una de las principales estrategias para la recuperación de beneficios ha sido la rebaja de las condiciones laborales mediante las deslocalizaciones y la mecanización. Sin embargo, ambos aspectos pueden estar encontrando sus límites. Por una parte, las deslocalizaciones en China hacia el interior o hacia otros países como Camboya ya no están suponiendo una gran ventaja para el capital y en algunos casos la opción está siendo incluso relocalizar las empresas en el Centro de nuevo. Por otra, la crisis energética va a hacer que la mecanización no sea una alternativa económicamente viable.
Aparecen los límites físicos del planeta
Además, la economía en las regiones centrales fue apoyándose cada vez más en el consumismo [4]. Así, la destrucción del poder adquisitivo de la clase trabajadora, sobre todo de las clases medias de EE UU y la UE, supuso profundizar en la crisis capitalista, ya que disminuyó la capacidad de compra. El intento de compensar esto mediante la ampliación de los mercados (por ejemplo con el capitalismo inclusivo [5]), el crédito al consumo y la creación de crecientes burbujas especulativas, a la postre también fue llegando a su fin, sobre todo por los límites de recursos del planeta y por el tamaño (ingobernable) de la deuda. Además, las clases trabajadoras solo han conseguido aumentar su nivel adquisitivo en el capitalismo tras amplios periodos de fuertes luchas sociales, coyuntura que ahora no se produce.
En la misma línea, se está llevando a cabo un ataque a la base de la estructura productiva del propio capitalismo global, al universo de pequeñas y medianas empresas que sirven de zócalo sobre el que operan los grandes actores empresariales y financieros transnacionales.
Otro problema de fondo es que, como dice José Manuel Naredo, “se estaba cayendo en el error de confundir la vara de medir la riqueza (es decir, el dinero como pasivo financiero) con la riqueza material y, de esta manera, la expansión de la deuda con el crecimiento de la riqueza”. Es decir, que lo que creció en los años de la exuberancia financiera fue la deuda, no la riqueza. Así se ha alimentado una gran burbuja de deuda mayor que la que estalló en la crisis de 1929. El capitalismo necesita de la creación de deudas para funcionar, pero no hay margen para un incremento creíble de las deudas familiares ni empresariales mientras estas no se saneen. Por lo tanto, en la medida que no se hagan fuertes quitas, pues la deuda es impagable, no habrá recuperación real posible. Pero el saneamiento de esa deuda implica una crisis de amplio calado, mayor de la que estalló en 2007.
Finalmente, la crisis no es solo del capitalismo, sino también de las principales teorías que lo han sostenido, las liberales y las keynesianas, pues ambas se basan en medidas para recuperar el crecimiento como si no existiesen límites físicos en el planeta. Ni las inversiones públicas masivas, ni la libertad de movimiento de capitales responden a los verdaderos problemas del capitalismo fosilista del siglo XXI.
Imposibilidad de China de alcanzar la hegemonía
China se ha convertido en un serio aspirante a la hegemonía mundial, sin embargo se enfrenta a serios límites, algunos infranqueables, para conseguirlo. En primer lugar, es el epicentro mundial de los conflictos laborales. Una parte importante de ellos están resultado exitosos, con alzas salariales generalizadas y nuevas normativas. La respuesta principal del empresariado está siendo la deslocalización de sus fábricas hacia otros países del sudeste de Asia o hacia las provincias del centro y oeste de la propia China. Sin embargo, esta estrategia implica más capacidad de resistencia. Allí no hay trabajo migrante, sino autóctono y esto hace que el poder de sometimiento del hukou (pérdida de derechos para las personas no empadronadas) no exista. Además, al no ser migrantes, la población probablemente intente mejorar sus condiciones de vida y no solo los salarios, abriendo nuevos frentes de conflicto. Y todo esto en un entorno con el que las/os trabajadoras/es tendrán más lazos sociales, lo que puede fortalecer las luchas. La segunda de las respuestas está siendo la mecanización. Una estrategia que, en un mundo de energía cada vez más cara, va a resultar progresivamente menos factible. Esta es una fuerte debilidad para China, ya que la mano de obra barata está en el centro de su éxito competitivo.
Además del movimiento obrero, los movimientos ecologistas y campesinos probablemente son los que están creciendo más rápido en China [6]. Aunque es cierto que se enfrentan a una opinión mayoritaria marcada por el mito del progreso, estas movilizaciones también están significando un impedimento para la reproducción del capital.
Una tercera línea de resistencias parte del hecho de que las desigualdades en China han aumentado mucho durante los años de desarrollo económico. El país ha pasado de ser, al finalizar el periodo maoísta, una sociedad con un alto igualitarismo en la distribución de la renta, a ser un Estado con mayor desigualdad que EE UU. El último de los elementos de desestabilización social es la petición de democratización de la sociedad.
Para mantener la paz social, los imaginarios sociales que está desplegando el Partido Comunista Chino serán insuficientes si China no sostiene un fuerte crecimiento económico que le permita absorber la fuerza de trabajo desplazada de su antiguo aparato productivo y administrativo. Esto implica no bajar de un aumento del PIB anual del 6-8%, un límite en el que ya está la economía asiática desde el inicio de la Gran Recesión y que será imposible de mantener conforme avance la Crisis Global y el conflicto social.
En el plano estrictamente económico, un primer problema para la potencia asiática es su enorme excedente comercial que impulsa al alza la cotización del renminbi, lo que fuerza al Gobierno a tomar medidas para depreciarlo y sostener la competitividad de la industria: i) Ha comprado a gran escala activos en dólares (sosteniendo la cotización del billete verde). Como consecuencia de ello, China atesora una gran cantidad de deuda y dólares estadounidenses que se han convertido también en un problema, pues no puede romper la hegemonía del dólar sin depreciar con ello una parte importante de su riqueza. ii) Ha creado enormes cantidades de renminbi que usa en inversiones públicas. Esto ha generado un abaratamiento del crédito que se está usando para comprar tierras, casas, acciones y otros tipos de activos financieros, lo que ha generado importantes burbujas de precios, las cuales han contribuido a disparar préstamos y gastos. En concreto, actualmente está empezando a reventar la burbuja inmobiliaria. Como consecuencia de este crédito fácil, también hay señales que apuntan hacia un exceso de capacidad en la industria y las infraestructuras.
Por otra parte, hay indicios del surgimiento de un sistema bancario en la sombra, que es mucho más difícil de controlar (y de recapitalizar llegado el caso) que el convencional. Aunque el Estado mantiene el control del crédito, se ha gestado un enorme mercado de préstanos clandestinos. Además, los estímulos anticrisis y el crecimiento del mercado financiero en la sombra están impulsando la inflación.
Los límites energéticos frenarán la hegemonía China
Sin embargo, estos no son los principales problemas que enfrenta la economía china. El origen de su éxito ha sido su capacidad exportadora, pero ya hemos visto como esta tiene serios problemas para sostenerse. Pasar de un modelo exportador a otro basado en el consumo interno requeriría la creación de una potente clase media. Pero, a pesar de los avances consumistas de los últimos años, la demanda interna está muy lejos de sostener la productividad china. La creación de esta clase media necesitaría garantizar las pensiones y la seguridad social a la población, para que esta redujese sus niveles de ahorro y se lanzase al consumo compulsivo. También un alza salarial importante. Pero justo estos son dos de los factores fundamentales de su éxito, sin los cuales su destino puede ser la crisis. Durante el siglo XX, EE UU y Europa Occidental pudieron hacer esta transición y crear importantes clases medias gracias a la disponibilidad de ingentes cantidades de energía barata. Esto no va a ser posible para China.
Pero lo determinante serán los límites ambientales. Estos cercenan la disponibilidad de recursos en China y aumentan los costos económicos. Entre estos límites destacan los energéticos, pues el crecimiento económico está íntimamente ligado al consumo de energía, y en concreto el de petróleo [7]. Para intentar paliar esta dependencia, el gigante asiático está explorando distintas alternativas: i) Explotar al máximo sus importantes reservas de carbón. Pero el 90% del carbón chino está en minas de más de 1 km de profundidad y su pico del carbón se producirá en 2020-2030. ii) Desarrollar las renovables (eólica, solar, hidráulica), convirtiéndose en el primer inversor mundial, y la nuclear [8]. Pero las primeras son solo el 7% del consumo energético. iii) Reforzar su presencia en los países petroleros. En general, la estrategia es apoyar las demandas de las élites locales sin recurrir a la retórica pro democracia y pro derechos humanos. Y, para que todo esto sea posible, se ha embarcado en un importante esfuerzo de construcción de infraestructuras a nivel nacional e internacional que consigan llevar las materias primas energéticas y la electricidad hasta los centros de consumo.
Mas, como argumentamos extensamente en el libro, es imposible sostener los ritmos actuales de consumo de materia y energía en el corto plazo (ni siquiera haciendo una transición masiva a las renovables) y, por lo tanto, China no va a poder acometer su asalto final a la hegemonía mundial. Básicamente, porque no van a quedar recursos baratos para poder sostener ninguna otra potencia hegemónica.

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