dilluns, 4 d’abril del 2016

Avances de las investigaciones químicas en relación al calentamiento global revelan un futuro incierto y preocupante


01/04/2016

Article publicat a Sin Permiso

Bill McKibben 


 Bill McKibben es el autor de una docena de publicaciones. La más reciente de ellas, The Bill McKibben Reader, es un conjunto de ensayos. Es profesor en Middlebury College de Vermont (Estados Unidos) y cofundador de 350.org, la mayor campaña de organización de base del mundo que trata el tema del cambio climático.
El calentamiento global es, en definitiva, algo diferente del ruidoso debate político que encontramos en la superficie del planeta. En realidad, sucede mediante constantes y silenciosas interacciones que se dan en la atmósfera, donde las estructuras moleculares de ciertos gases atrapan el calor que, de lo contrario, se propagarían hacia el espacio exterior. Si no se analiza correctamente el proceso químico, no importará cuántos acuerdos históricos sobre el cambio climático se firmen o cuántos discursos se den; y parece que, en los Estados Unidos, estos procesos químicos se han entendido de manera errónea. Verdaderamente errónea.
Existe un gas de efecto invernadero conocido por todos: el dióxido de carbono, que se obtiene tras la quema de combustibles fósiles. Al respecto, se habla del “precio del carbono” o se discute sobre un impuesto que lo grave y los líderes políticos se vanaglorian de modestas “reducciones de las emisiones de carbono”. Sin embargo, en las últimas semanas, el molesto hermano pequeño del COha llamado la atención de la prensa. Conozcan al metano, también conocido como CH4.
En febrero, investigadores de Harvard publicaron un estudio revolucionario en la revista científica Geophysical Research LettersTras analizar datos obtenidos vía satélite y realizar observaciones sobre el terreno, llegaron a la conclusión de que en Estados Unidos se están vertiendo cantidades masivas de metano. Entre 2002 y 2014, los datos muestran que las emisiones de metano en el país norteamericano aumentaron más de un 30 %, lo cual explica entre el 30 % y el 60 % del enorme repunte de las emisiones de metano observado en toda la atmósfera terrestre.
Hasta ahora, cuando nuestros líderes han mostrado preocupación por el cambio climático se han centrado en el CO2. En parte, como consecuencia de ello, las centrales eléctricas de carbón en EE.UU. han ido cerrando sus puertas. En su lugar, se han instalado, principalmente, centrales que emplean la combustión de gas natural, en cuya composición predomina el metano. Debido a que la quema de gas natural produce emisiones de COsignificativamente menores que la combustión del carbón, los niveles de emisión de dióxido de carbono han ido reduciéndose lentamente, permitiendo así que los políticos se atribuyan el éxito. Pero estos nuevos datos, que conocemos gracias a la publicación de Harvard y que suceden a otros estudios aéreos que demuestran un gran vertido de metano, sugieren que nuestra infraestructura de gas natural ha estado emitiendo metano a la atmósfera en cantidades de récord. Molécula por molécula, el metano no quemado es mucho más eficiente que el dióxido de carbono en lo que se refiere a la retención del calor en la atmósfera.
La Agencia de Protección Medioambiental norteamericana (EPA) se obstinó en negar esta situación, alegando que el metano se estaba reduciendo del mismo modo que el CO2. Pero resulta que, tal como insistieron algunos científicos durante años, la Agencia se equivocaba profundamente. Este error es análogo al anuncio realizado por parte de la Bolsa de Nueva York de que la situación real del Dow Jones no son los 17.000 puntos, sino que un error informático había ocultado que el índice se situaba en los 11.000.
Estas emisiones son suficientemente grandes como para anular gran parte del rédito político de la administración Obama en relación con el cambio climático (todas las minas de carbón clausuradas y los automóviles de mejor rendimiento energético). De hecho, incluso es posible afirmar que la contribución de los EE.UU. al calentamiento global haya aumentado durante las legislaturas de Obama. La historia del metano es completamente contraria a todo el discurso que se ha propagado por el mundo y socava las promesas hechas en la Conferencia de París sobre el clima. Es una catástrofe que, aparentemente, está destinada a  propagarse.
Debemos reconocer, no obstante, que la administración Obama está empezando a reaccionar ante el problema. Durante el invierno, la EPA comenzó a revisar sus estimaciones de las emisiones de metano y en marzo, los EE.UU. celebraron un acuerdo con Canadá para dar comienzo a la ardua tarea de contener las fugas de toda la nueva infraestructura de gas. Pero no se ataja así el problema central, que es la rápida proliferación de la fracturación hidráulica o fracking. El dióxido de carbono está provocando el calentamiento del planeta, pero no lo hace solo: es la hora de tomarse en serio la cuestión del metano.

Para entender cómo hemos llegado a esta situación, es necesario recordar la percepción, compartida incluso por los ecologistas, del gas natural como fuente de energía salvadora. En el momento en que George W. Bush tomaba el ejecutivo en Washington, el carbón estaba en ascenso en los EE.UU. y el resto del mundo. Gracias a su bajo precio y abundancia, sirvió como la garantía más visible del sorprendente crecimiento económico de China, donde, según indican algunos cálculos, cada semana se inauguraba una nueva central energética de carbón. El boom del carbón no solo conllevó la aparición de un humo denso sobre el cielo de Beijing, sino también la nube invisible de dióxido de carbono que cubre todo el planeta y que, con su crecimiento acelerado, apuntala la certitud de un dramático calentamiento global.
Por ello, fueron muchas las personas que creyeron positivo que la búsqueda de fuentes de gas natural provocase la rápida expansión del fracking durante la última década. La fracturación hidráulica consiste en realizar explosiones en el subsuelo para que el gas pueda brotar a través de nuevas perforaciones. La refinación del gas puso a funcionar nuevos yacimientos de esquisto bituminoso a lo largo del país (especialmente, el llamado Marcellus Shale, que se extiende desde Virginia Occidental hasta Pensilvania y Nueva York). Las cantidades de gas disponibles, según los geólogos, son tan enormes que se miden en millones de metros cuadrados y en siglos de abastecimiento.
El hecho que, aparentemente, causaba tanta alegría era que la combustión de gas natural produce menos de la mitad de emisiones de dióxido de carbono que la quema de carbón. Una central de producción de energía que emplease gas natural, por lo tanto (o, al menos, ese era el razonamiento), sería la mitad de perjudicial para la atmósfera que una planta de carbón. El gas natural también era barato, por lo que, desde la percepción de un político, con elfracking todos saldríamos ganando. Así, sería posible apaciguar los incesantes clamores de los ecologistas contra el cambio climático sin tener que asumir un aumento del coste de la electricidad. Sería un modelo ecológico indoloro; lo mismo que cortarse el pelo para perder peso.
Es posible que la contribución de los Estados Unidos al cambio climático haya aumentado durante los años de la administración Obama.
El panorama parecía incluso mejor. Para el presidente Obama, que heredó una economía agónica, el ascenso del fracking supuso una extraordinaria oportunidad económica. El gas barato no solo conseguía ocupar a muchos trabajadores, sino que también sirvió para modificar la lógica económica del país: las actividades manufactureras estaban volviendo a instalarse en los EE.UU., atraídas por una nueva y abundante fuente de energía. En el discurso sobre el Estado de la Unión de 2012, Obama declaró que las nuevas formas de abastecimiento de gas natural no solo proveerían de energía al país durante un siglo; también crearían 600.000 nuevos empleos antes del fin de la década. En su discurso de 2014, anunció que el sector privado “planea invertir casi 100 mil millones de dólares en fábricas que emplean gas natural” y prometió reducir los trámites burocráticos para favorecer tales inversiones. De hecho, la revolución del gas natural fue un tema recurrente de su política energética, haciendo así aceptables sus restricciones sobre el carbón. Obama nunca rehusó atribuirse, al menos, parte del mérito. El dinero público empleado en investigación, declaró en 2012, “contribuyó a desarrollar tecnologías que permiten extraer el gas natural de las rocas bituminosas” (recordando que el apoyo del gobierno es esencial para que las empresas puedan pensar nuevas ideas de producción de energía).
Obama tuvo toda la ayuda que necesitó para vender los beneficios del gas natural: la  industria de los combustibles fósiles contribuyó al discurso, pero también los ecologistas, por lo menos durante un tiempo. Robert Kennedy Jr., cuya credibilidad era incuestionable por ser fundador de la organización ecologista Waterkeeper Alliance y abogado de la ONG Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales, escribió en el año 2009 un panegírico de la “revolución que, durante los últimos dos años, ha inundado los EE.UU. de gas natural y ha hecho posible eliminar nuestra dependencia del mortal y destructivo carbón, de la noche a la mañana”. Mientras tanto, el longevo director ejecutivo de Sierra Club, Carl Pope, no solo había conseguido 25 millones de dólares de una de las empresas de fracking más grandes del país, Chesapeake Energy, para fundar su organización, sino que también apareció públicamente junto con su presidente para promocionar las ventajas del gas, “un excelente ejemplo de combustible que se puede producir de manera bastante limpia, y que no puede ser malgastado”. (El nombrado presidente de Chesapeake Energy, Aubrey McClendon, cometió suicidio, presuntamente, este mismo mes, colisionando su vehículo en el malecón de un puente, tras ser acusado de fraude en las licitaciones). Exxon también parecía estar de acuerdo: adquirió XTO Energy, convirtiéndose así en la mayor compañía de fracking en el mundo y permitiendo que la empresa anunciase su contribución a la reducción de emisiones.
Durante un breve y brillante momento, poco más se podía pedir. Obama hizo el siguiente anuncio durante una sesión conjunta del Congreso, ante senadores y congresistas: “el desarrollo de la energía de gas natural creará empleo y alimentará camiones y empresas con un combustible más limpio y barato, demostrando que no estamos obligados a escoger entre el medioambiente y la economía”.
A no ser, por supuesto, que te toque vivir en la zona de fracking, donde empezarás a sufrir pesadillas. En las últimas décadas, la mayor parte de las prospecciones de gas y petróleo se concentraban en el oeste de los Estados Unidos, normalmente, alejadas de las zonas pobladas. Cuando surgían problemas, los políticos y los medios de esos estados le prestaban poca atención.
El yacimiento Marcellus Shale, sin embargo, se encuentra bajo zonas densamente pobladas del este. No tuvo que pasar mucho tiempo hasta que empezasen a aparecer en los medios de comunicación historias sobre la contaminación de los campos de cultivo y del agua potable derivada de los productos químicos empleados en el fracking. En el Valle de Delaware (Pensilvania), un joven cineasta llamado Josh Fox produjo uno de los documentales sobre medio ambiente más conocidos, después de que una compañía de fracking intentase arrendar la granja familiar. El documental, llamado Gasland, consiguió fama rápidamente al mostrar la escena de un hombre haciendo fuego con el metano que brotaba del grifo de su cocina.
La denuncia ayudó a impulsar un movimiento, primero local, después estatal y poco después a lo largo de todo el país. El activismo más agitado se vivió en Nueva York, donde los residentes podían observar los estragos ecológicos causados por el fracking al otro lado de la frontera con Pensilvania. Decenas de grupos sociales continuaron haciendo presión y finalmente convencieron al gobernador Andrew Cuomo para prohibirlo. Antes de que eso sucediese, las grandes organizaciones ecologistas se retractaron de su apoyo al fracking. El director ejecutivo de Sierra Club, Michael Brune, no solo rechazó 30 millones de dólares en donaciones potenciales de las compañías de fracking, sino que cambió su postura y comenzó a criticarlo. “El club necesita apostar con firmeza por un uso del gas tan pequeño como sea posible”, afirmó; “no nos vamos a callar ante esta situación”. Robert Kennedy Jr. en 2013 denominó el gas natural de “catástrofe”.
A fin de cuentas, quizás, uno de los principales éxitos del movimiento anti-fracking sea que consiguió llamar la atención de un par de científicos de la Universidad de Cornell, en el estado de Nueva York. Robert Howarth y Anthony Ingraffea, que residían en el extremo norte del yacimiento Marcellus Shale, sintieron interés por la protesta. Mientras todo el mundo se preocupaba de los problemas locales (por ejemplo, si los productos químicos del fracking podrían filtrarse al suministro de agua), ellos decidieron analizar de cerca la cuestión que no estaba siendo tan atendida: ¿cuánto metano se estaba vertiendo, de manera imperceptible, a causa de estas actividades de fracking?
El gas natural también era barato, por lo que, desde la percepción de un político, con el fracking todos saldríamos ganando.
Porque, llegados a este punto, ya conocemos el hecho más infeliz de la fracturación hidráulica: a pesar de que produce tan solo la mitad de dióxido de carbono que el carbón con su combustión, si no se quema (es decir, si escapa al aire antes de que pueda ser conducido por un gaseoducto, o almacenado en cualquier punto de su ruta hacia la central donde se quema) su capacidad de capturar calor en la atmósfera es aún mayor que la del CO2. Howarth e Ingraffea comenzaron a publicar una serie de estudios en los que denunciaban que si incluso un pequeño porcentaje del metano se vertiese (tan pequeño como el 3 %), este gas sería más dañino para el clima que el carbón. Sus datos preliminares mostraron que los niveles de vertidos podían ser, al menos, entre un 3,6 % y 7,9 % del gas metano extraído de las perforaciones de esquisto se filtra a la atmósfera.
Es comprensible que ningún responsable político quisiera oír hablar del problema. Los dos científicos fueron atacados duramente por la industria. Un grupo comercial calificó su estudio de “último asalto académico infundado a las prospecciones de gas de esquisto”. La mayor parte del establishment se unió a la cruzada. Por ejemplo, un equipo del Instituto Tecnológico de Massachusetts acaba de terminar un estudio financiado por la industria que defiende que “el impacto medioambiental del desarrollo del esquisto es un desafío, pero manejable”. Uno de sus autores principales y experto en energía, Henry Jacoby, describió la investigación de Cornell como “muy débil”. Otro de sus autores, Ernest Moniz, pronto se convertiría en el Secretario de Energía de los EE.UU. En la sesión de aprobación de su nombramiento en 2013, alabó el “sorprendente crecimiento” del gas natural, denominándolo una “revolución”, y prometió incrementar su uso en el país.
El problema para la industria del fracking era que las nuevas investigaciones publicadas ratificaban las conclusiones de Howarth e Ingraffea. En enero de 2013, por ejemplo, exploraciones aéreas sobre las zonas de fracking en Utah descubrieron fugas de hasta el 9 %. “Esperábamos niveles altos de metano, pero dudo que nadie sepa comprender la magnitud real de lo que encontramos”, afirmó el director del estudio. Pero estos trabajos siempre se realizaban poco a poco, zona por zona, mientras que otros estudios (a menudo, realizados con datos aportados por la industria) mostraban datos menores.
Ello explica que el estudio publicado el mes pasado por Harvard causase tanto revuelo. Se emplearon datos de todo el país extraídos por satélite, durante un lapso de tiempo de más de una década, para demostrar que las emisiones de metano de los EE.UU. habían ascendido hasta el 30 % desde 2002. La Agencia de Protección Medioambiental insistió durante todo ese periodo que las emisiones de metano se estaban reduciendo, pero claramente se equivocaba (y a gran escala). De hecho, las emisiones “son significativamente mayores de lo que pensábamos”, según admitió la administradora de la Agencia Gina McCarthy, a principios de marzo. El estudio de Harvard no fue concebido para explicar por qué las emisiones de metano en los EE.UU. estaban aumentando (en otras partes del mundo, tal como se demuestra en nuevos estudios, el ganado y los pantanos parecen ser la causa de la aceleración de las emisiones). Pero el aumento registrado por los satélites coincidía, casi perfectamente, con la época dorada del fracking.
Lo que es más alarmante es que, durante la misma década, los expertos han ido mostrando mayor preocupación por los efectos del metano en la atmósfera, cualquiera que sea su cantidad. Hay consenso sobre la cuestión de que, molécula por molécula, el metano atrapa más el calor que el CO(aunque no se sabe con exactitud cuánto más). Una de las razones por las que los cálculos de la Agencia de Protección Medioambiental mostraban que las emisiones de gases de efecto invernadero en los EE.UU. estaban mejorando era que la Agencia, siguiendo procedimientos estandarizados, asignaba un valor bajo al metano y medía su impacto para un periodo de 100 años. Pero las moléculas de metano perduran tan solo un par de décadas en la atmósfera, comparado con la década que dura el CO2. El hecho de que los efectos del metano sean temporales es una buena noticia (pero también mala, dado que sus efectos transitorios, pero intensos, suceden en este mismo momento, cuando el clima se encuentra más dañado). Las viejas concepciones químicas de la Agencia y el margen de 100 años, asignaba al metano un poder calorífico entre 28 y 36 veces mayor que el del dióxido de carbono, mientras que una cifra más exacta, según Howarth, sería entre 86 y 105 veces mayor que la potencia del CO2, durante las próximas dos décadas.
Si se combinan los cálculos de vertidos de Howarth y los nuevos valores estándar del potencial de captura de calor del metano, el panorama de las emisiones de gases de efecto invernadero en EE.UU. durante los últimos 15 años es muy diferente: en lugar de alcanzar su máximo en 2007 y empezar caer a partir de entonces, tal como ha mantenido la Agencia de Protección Medioambiental, las emisiones de carbón y metano combinadas han ido aumentando de manera acusada y continua durante los años de la administración Obama, según Howarth. Tras cerrar las centrales de carbón y abrir las fugas de metano, el resultado es que la situación ha empeorado.
Ya que Howarth es un declarado detractor del fracking, decidí remitir el estudio de Harvard a un árbitro imparcial, el experto en políticas energéticas Dan Lashof. Como Doctor de la Universidad de California en Berkeley y frecuente partícipe en los círculos de la política energética, prácticamente desde los comienzos de la misma, Lashof ha contribuido a redactar informes del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU y a diseñar el plan del gobierno de Obama para reducir la contaminación producida por las centrales de carbón. Durante mucho tiempo, fue director del programaClean Air del Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales y actualmente es el jefe de operaciones de la ONG NextGen Climate America, fundada por el multimillonario Tom Steyer.
Tras cerrar las centrales de carbón y abrir las fugas de metano, el resultado es que la situación ha empeorado.
Lashof opina que “el estudio de Harvard es relevante” y que “aporta los datos más convincentes jamás vistos, que demuestran que los datos de vertidos de metano aportados por la Agencia de Protección Medioambiental son demasiado bajos. Creo que este estudio muestra que las emisiones de gases de efecto invernadero en los EE.UU. pueden haber aumentado durante la última década, si nos centramos en el impacto combinado en el corto plazo”.
Si nos situamos en la peor de las hipótesis (aquella que parte del hecho de que el metano es extremadamente potente y rápido en sus efectos), EE.UU. ha aumentado ligeramente sus emisiones de gases de efecto invernadero entre 2005 y 2015. En el cuadro que se ve más abajo, la línea azul muestra los datos que nos hemos estado diciendo a nosotros mismos y al resto del mundo y a línea roja, el cálculo del peor escenario hipotético extraído de los nuevos datos. Como se puede observar, las tendencias son opuestas.

Lashof aboga por análisis mesurado de los datos (calculando el impacto del metano durante 50 años, por ejemplo). Pero incluso esos datos, que atribuyen un peso menor al fracking en la emisión de metano, eliminan por lo menos tres quintos de las reducciones de emisión de gases de efecto invernadero que se han reclamado los EE.UU. En el cuadro siguiente se expone una revaluación más modesta: la línea amarilla muestra que las emisiones de gases de efecto invernadero se están reduciendo, pero de manera mucho más moderada de lo que habíamos pensado.

Las líneas son, sin duda, menos suaves de lo que quieren decir los cuadros. Nuevos estudios aportarán más detalles y, quizás, modificarán los cálculos. Pero cualquier lectura de los nuevos datos ofrece una versión muy diferente de nuestra historia reciente. Entre otras cosas, cualquiera de los supuestos escenarios reduce las estadísticas que los EE.UU. emplearon en las negociaciones de la cumbre de París sobre el clima. Resulta más decepcionante que la información anunciada el año pasado por China, que había subestimado el uso del carbón, ya que parece que en ese país se están tomando medidas serias para la reducción del empleo del carbón. Si los datos de Harvard son ciertos y seguimos desarrollando el fracking, será casi imposible que los Estados Unidos cumplan el compromiso de reducción de entre un 26 % y un 28 % de las emisiones de gases de efecto invernadero, entre 2005 y 2025.
Una de las conclusiones evidentes que se pueden extraer de las nuevas estimaciones es que tenemos que actuar decididamente para frenar cuantos vertidos de metano sea posible. “El mayor trabajo sin terminar de la administración Obama es establecer reglas estrictas sobre las emisiones de metano en las zonas de extracción y prospección”, según defiende Lashof. Esa es la tarea que tanto Obama como el Primer Ministro canadiense Justin Trudeau se han comprometido a realizar en su reunión de marzo (aunque, teniendo en cuenta el tiempo que necesita la Agencia de Protección Medioambiental para redactar nuevas normas, probablemente, será mucho después de que Obama haya dejado que su puesto que veremos resultados, y la industria de la energía ha prometido luchar contra nuevas regulaciones).
Además, contener las fugas es más fácil de decir que de hacer. Al fin y al cabo, el metano es un gas, lo cual implica que es difícil impedir que se filtre. Dado que el metano es invisible e inodoro (en las instalaciones se le añade un compuesto químico separado para aportarle un olor distintivo), se necesitan sensores especiales, incluso para medir las fugas. Explosiones catastróficas como la acontecida recientemente en Porter Ranch (California) expulsan grandes cantidades de metano a la atmósfera. Pero incluso este tipo de accidentes son pequeños si los comparamos con el total de las filtraciones que surgen de los millones de tuberías, juntas y válvulas que hay por todo el país (especialmente, las que están conectadas con operaciones de fracking, que implican la explosión de rocas para crear amplios y permeables poros. Un equipo del gobierno de Canadá examinó este proceso hace un par de años y los resultados son desesperanzadores. La profesora de Harvard Naomi Oreskes, que también participó en el equipo canadiense, nos anima a tener en cuenta los sellados de cemento de los gaseoductos, y afirma: “debería ser sencillo hacer un sellado de cemento, pero la realidad es que todavía es un desafío sin resolver de la ingeniería”. El problema técnico es que cuando se aplica cemento sobre un pozo petrolífero y se solidifica, termina encogiéndose. Pueden aparecer brechas en el cemento, por lo que todos los pozos causan fugas”.
Teniendo esto en mente, la otra conclusión que podemos extraer de los datos es incluso más evidente: necesitamos poner fin a la evolución de la industria del fracking, tanto en los EE.UU. como en el resto del mundo. Incluso siendo optimistas con las posibles correcciones de fugas, según Howarth, las emisiones de metano continuarán aumentando si no paramos este nuevo método de extracción de combustibles fósiles.
“Debería ser sencillo hacer un sellado de cemento, pero la realidad es que todavía es un desafío sin resolver de la ingeniería” – Naomi Oreskes
¿Qué alternativa hay al fracking? Hace diez años, la opción realista era escoger entre el carbón y el gas natural. Pero esa opción ya no es relevante: durante los mismos 10 años, el precio de los paneles solares se ha reducido un 80 %. Los avances en materia de energías renovables han empezado a operar, como por ejemplo las bombas de calor aerotérmicas, que emplean el calor latente en el aire para calentar o enfriar los hogares, o los acumuladores eléctricos. Hemos llegado a un punto en que un país como Dinamarca es capaz de generar el 42 % de su energía a partir del viento, y Bangladesh tiene un plan para llevar la energía solar a todas las localidades del país en un plazo de cinco años. Hemos llegado a un punto en que la idea de emplear el gas natural como un “combustible puente” hacia un futuro de renovables es un eslogan publicitario, no una demanda realista (aunque esa es precisamente la frase empleada por Hilary Clinton para defender el fracking en un debate, este mismo mes).
Uno de los peores efectos secundarios de la proliferación del fracking, de hecho, es que el crecimiento del uso del gas natural ha reducido la cuota de mercado de las renovables, impidiendo así la instalación de molinos de viento y paneles solares al ritmo necesario. Joe Romm, analista en materia de clima delCenter for American Progress, ha seguido más de cerca que nadie las diferentes publicaciones económicas. Aunque se consiga reducir los vertidos de metano hasta cero, según Romm, el gas extraído del fracking (que, recordemos, produce la mitad de CO2 que la combustión de carbón) poco servirá para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel mundial, ya que excluiría la posibilidad de desarrollar una gran cantidad de medios de producción energética realmente limpios. Un foro celebrado en Stanford en 2014 reunió a más de una docena de expertos en la materia y sus modelos mostraron que el gas natural no es sino un impedimento para alcanzar un futuro de energías limpias y renovables. “Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero mediante la combustión de gas natural es como hacer dieta comiendo galletas light”, explicó el principal investigador del foro de Stanford. “Si realmente quieres perder peso, probablemente debas evitar cualquier tipo de galleta”.
Es obvio que esto no es lo que quieren oír las empresas de galletas. Pero las empresas energéticas tienden a inmiscuirse más en la política que la industria de los postres. Por dar un ejemplo, durante la primera legislatura de Obama, la que entonces era subdirectora general para la energía y el cambio climático, Heather Zichal, encabezó un grupo de trabajo interinstitucional con el objetivo de promover el uso doméstico del gas natural. El grupo de trabajo fue creado tras las presiones ejercidas por American Petroleum Institute (API), el principal grupo de presión del sector petrolero, y Zichal, en un foro convocado por API, afirmó que “resulta difícil explicar en términos exagerados cómo el gas natural (y nuestra capacidad para extraer una mayor cantidad del mismo) ha abierto una nueva situación; y por ello ha sido un elemento clave de la política energética del presidente”. Zichal abandonó su cargo en la Casa Blanca en 2013. Un año más tarde, consiguió un puesto en el consejo de Cheniere Energy, una compañía líder en la exportación del fracking. En su nuevo empleo, por el que percibiría un salario de 180.000 dólares anuales, se unió al anterior jefe de la CIA John Deutch, el que en el Departamento de Energía había dirigido la revisión de los estándares de seguridad del fracking durante los años del gobierno Obama, y a Vicky Bailey, una comisaria de la Comisión Federal para la Regulación de la Energía en el mandato de Bill Clinton. Así funcionan las cosas.
Dicho esto, de entre los datos obtenidos por los satélites en el estudio de Harvard, uno resultaba paradójicamente tranquilizador: la aparición masiva de emisiones de metano en los EE.UU. suponía entre el 30 % y el 60 % del aumento global de emisiones de metano en la última década. En otras palabras, la relativamente pequeña porción de la superficie terrestre conocida como EE.UU. representa gran parte (si no, la mayor) del ascenso de los niveles de metano en la atmósfera. Otra forma de decirlo sería que ese país ha sido el primero en desarrollar el fracking. En este nuevo siglo, EE.UU. lidera la transición a la era del gas natural, del mismo modo que fue el principal responsable de la mayor parte de las emisiones mundiales de carbono durante el siglo XX. Afortunadamente, ahora que sabemos que hay un problema, podemos advertir al resto del mundo de que no sigan el mismo camino.
No obstante, se ha hecho todo lo contrario. EE.UU. se ha convertido en el principal comercial mundial de gas natural (y el próximo presidente del país deberá desempeñar un papel clave). Cuando Hillary Clinton llegó a la Secretaría de Estado, creó un brazo especial, la oficina de Recursos energéticos, tras haberlo consultado con los directivos de la industria del gas y el petróleo. Esta oficina, con 63 empleados, pronto comenzó a fomentar la celebración de conferencias por todo el mundo. Pero, hay más que eso: las filtraciones deWikileaks muestran cómo la Secretaría de Estado ha trabajado a favor de la industria del gas de esquisto, haciendo torcer los brazos de los líderes mundiales para garantizar que las empresas estadounidenses pudieran emplear el fracking allá donde quisieran.
Solo un ejemplo sería un artículo publicado en Mother Jones, realizado sobre la base de las filtraciones de Wikileaks, revela los efectos del fracking en Bulgaria. En 2011, este país firmó un acuerdo de 68 millones de dólares con Chevron, concediendo a la empresa la explotación de gas de esquisto en un terreno de miles de kilómetros cuadrados. La opinión pública búlgara se mostró reacia: miles de personas se manifestaron en las calles de Sofía con pancartas que denunciaban la práctica extractiva. Pero, cuando Clinton realizó una visita oficial al país, se posicionó a favor de Chevron, la cual había dedicado grandes sumas de dinero a financiar su campaña presidencial en 2008. De hecho, las informaciones filtradas muestran que el fracking era el principal tema tratado en las reuniones con los líderes de Bulgaria. Clinton se ofreció a enviar a “los mejores especialistas en materia de nuevas tecnologías extractivas para que muestren sus beneficios al pueblo búlgaro”, y destinó a su diplomático para temas de energía en la región de Eurasia, Richard Morningstar, con el objetivo de que presionase al gobierno vecino de Rumanía para evitar la prohibición delfracking. Finalmente, ganaron estas batallas y, hoy en día, el Departamento de Estado provee de “asistencia” para el empleo del fracking en decenas de países, desde Camboya hasta Papúa Nueva Guinea.
Así que, si a los Estados Unidos les resulta complicado localizar y solucionar sus fugas de metano, podemos imaginarnos cómo le irá a Bulgaria. Si en Canadá se considera que el sellado de fugas es un “desafío sin resolver de la ingeniería”, resulta difícil imaginar qué podrá hacer Camboya. Si el Departamento de Estado continúa este camino, dentro de pocos años, los satélites de Harvard se verán midiendo los vertidos de metano de pozos petrolíferos brotando por todo el mundo.
Es evidente que podríamos (y quizás, deberíamos) perdonar las iniciativas pasadas. La información sobre el metano es relativamente nueva. Cuando Obama, Clinton y Zichal empezaron a apoyar el desarrollo del fracking, no sabían la realidad. Podrían haber cambiado de postura hace mucho, como Kennedy y Sierra Club. Pero sus actuaciones, a partir de ahora, serán decisivas.
Con todo, son pocas las señales prometedoras. Clinton, por lo menos, ha rebajado su entusiasmo por el fracking en los últimos debates, aportando una serie de condiciones previas que se deben cumplir antes de dar el visto bueno a nuevos proyectos. Bernie Sanders, por el contrario, ha defendido una moratoria para los mismos. Pero Clinton continúa confundiendo la química: el gas natural, según afirmó en un informe de posición, ha contribuido a que las emisiones de carbono en los EE.UU. “haya alcanzado su nivel más bajo de los últimos 20 años”. Parece que muchos de los responsables políticos insisten en continuar con la revolución del fracking, aunque con un poco más de precaución.
De hecho, el mes pasado, Cherniere Energy envió su primer cargamento de gas norteamericano al extranjero desde su nueva base de exportaciones en Sabine Pass (Luisiana). En aquel momento, la vicepresidenta de la compañía, Meg Gentle, defendió ante representantes de la industria y de los poderes públicos que el gas natural debería ser categorizado como energía renovable. “Invito a todo el mundo a rearticular el debate y garantizar que el gas natural entra dentro de la clasificación de energías limpias, no en la de combustibles fósiles, que se perciben como dañinos y parte del problema”, afirmó. Pocos días después, el jefe de relaciones públicas de Exxon, en un artículo en Los Angeles Times, se jactaba de que la compañía había sido “instrumental en la revolución del gas de esquisto llevada a cabo en los EE.UU.” y que, como resultado, “las emisiones de gases de efecto invernadero en los EE.UU. se han reducido a niveles no vistos desde la década de 1990”.
Los nuevos datos muestran que todos estaban equivocados. La lucha contra el calentamiento global no se debe reducir a la cuestión del dióxido de carbono. Los ecologistas locales, desde Nueva York hasta Tasmania, que han conseguido que se prohíba el fracking, están trabajando tanto por el clima como por su agua potable. Esto se debe a que los combustibles fósiles son el problema del calentamiento global; y los combustibles fósiles no son buenos o malos. Es evidente que tanto el carbón, como el petróleo y el gas natural deben permanecer en su sitio, que es el subsuelo.


Es profesor en Middlebury College de Vermont (Estados Unidos) y cofundador de 350.org, la mayor campaña de organización de base del mundo que trata el tema del cambio climático.
Fuente:
http://www.thenation.com/article/global-warming-terrifying-new-chemistry/
Traducción:

José Manuel Sío Docampo


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