dimecres, 20 d’abril del 2016

La obligatoriedad de un cambio profundo

Article publicat a  El Salmón Contracorriente

11 de abril de 2016

La obligatoriedad de un cambio profundo

Es sencillo advertir en algunas estadísticas oficiales cómo el PIB de un determinado país tiene una vinculación estrechísima con su consumo de energía, hecho que confirma aquel fundamento esencial que indica que la energía es el motor de la economía. En la actual sociedad postindustrial, la afirmación aún resulta, si cabe, más incuestionable; de la energía, fundamentalmente de la fósil, dependen elementos tan básicos para la sociedad como el transporte o el propio acceso a los alimentos. Sería, por tanto, dramático que nuestra capacidad para disponer de ella se viera frustrada por algún motivo


La obligatoriedad de un cambio profundo
Foto: Micagoto  
Puede parecer catastrofista afirmar que ese punto está ya a la vuelta de la esquina, cuando no una completa locura, sobre todo teniendo en cuenta que nos movemos en un escenario en el que las posturas despreocupadas con respecto a la escasez de los recursos naturales fuente de dicha energía son fuertemente dominantes. Es cierto que existen estadísticas que afirman que queda petróleo para varias décadas. No obstante, para no caer en perspectivas erróneas, es necesario tener en cuenta que los problemas derivados de la escasez de las materias primas no aparecen cuando ya se han agotado, sino antes, cuando su oferta no es capaz de satisfacer la demanda que exige la sociedad.
La producción de petróleo está empezando a descender a un ritmo de en torno al 7% anual según la Agencia Internacional de la Energía, dato que, oportunamente, omiten las estadísticas anteriormente mencionadas que aseguran el suministro de petróleo para varias décadas más. Es decir, realizan una división de las reservas petrolíferas estimadas entre la producción anual, sin tener en cuenta que esta no es una constante y desciende año tras año. Ante esta situación, no es extraño que Fatih Birol, actualmente director ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía, reconociera públicamente en 2009 que sería necesario hallar y explotar el equivalente a seis Arabias Saudíes para mantener el nivel de crecimiento económico experimentado en las últimas décadas. Declaraciones como esta, que la mayoría entendería como irónicas, no están demasiado alejadas de posturas reales de ciertos analistas económicos que, precisamente, sugieren que la única condición para que el petróleo salga a borbotones de la tierra, como en el viejo oeste, reside en una inyección generosa de inversión al sector. No es difícil encontrar muestras de este tipo de visiones en prensa económica nacional comoEl Economista o Expansión.
Situémonos en el supuesto de que se realizaran unos esfuerzos económicos y energéticos descomunales para taladrar la Tierra de arriba abajo (no entro en los impactos ambientales que se derivarían) y que, efectivamente, se encontraran grandes pozos de petróleo. Por un lado, la lógica económica lleva a pensar que, con el gasto tremendamente abultado que conllevarían tales métodos, el precio del barril aumentaría desorbitadamente, lo que afectaría seriamente a amplios estratos poblacionales de una sociedad completamente basada en el consumo de carburantes fósiles como la nuestra. Y es que la energía no puede ser tratada como una mercancía más cuyo precio pueda ser moldeado por la mano invisible neoliberal. Parafraseando a Antonio Turiel, “la ley de equilibrio entre la oferta y la demanda tiene un límite basado en la capacidad de estrés económico de nuestra sociedad”.

Tasa de retorno energético, clave en el debate

Por otro lado, conviene destacar que, para que el negocio sea rentable y, por tanto, se siga llevando a cabo, es necesario extraer más energía de la que se gasta en obtenerla. En consecuencia, la clave no reside tanto en esa gran inversión de capital que usualmente es defendida desde ciertas esferas, sino más bien en la eficiencia. Esta es una ley fundamental que todo ser vivo sigue de manera automática: un león jamás invertiría la energía necesaria para perseguir y atrapar a una gacela si al comérsela no obtuviera un aporte energético superior.
En este punto, resulta importante introducir el concepto de Tasa de Retorno Energético (TRE), que resume lo anterior: una fuente energética debe proporcionar una energía neta superior a la que hay que gastar para producirla. Lo que ocurre con el petróleo y, de un modo general, con el resto de fuentes de energía no renovables (carbón, gas natural, uranio, etc.), es que esa TRE es cada vez más baja, que en términos económicos significa que su producción se hace menos rentable con el tiempo. Esto constituye sin duda un factor determinante en el cuadro de limitaciones de recursos en relación al desarrollo humano actual, puesto que encierra un escenario de escasez o, en el mejor de los casos, de aumento inasumible de costes de extracción.
Esta óptica de declive hace instintiva la alineación con posiciones de defensa de las fuentes de energía renovables. Sin embargo, resultados de numerosos estudios coinciden ya en una TRE generalmente baja para la mayor parte de las renovables, aunque con sensibles variaciones según la fuente concreta. A modo de ejemplo, un estudio relativamente reciente llevado a cabo por Pedro Prieto, vicepresidente de la AEREN (Asociación Española para el Estudio de los Recursos Energéticos) y miembro del CiMA (Científicos por el Medio Ambiente), concluyó que la energía fotovoltaica en ningún caso podrá sustituir a los combustibles fósiles en su tarea de mantener una sociedad con un modelo de vida como el actual. Adicionalmente, las tecnologías de generación de energía renovable presentan dos problemas añadidos: en primer término, presentan una gran dependencia de los carburantes fósiles tanto para su fabricación como para su instalación y mantenimiento; y en segundo lugar, algunos de los materiales que usualmente se utilizan para crear los dispositivos que las generan son a menudo elementos raros y caros.
Ante este panorama, nos vemos avocados a repensar no ya el modelo energético actual, sino más bien el propio espacio que como sociedad debemos ocupar en el marco ambiental. Resulta urgente que entendamos que la naturaleza y los recursos y servicios que nos proporciona no son mercancías supeditadas a las leyes económicas, sino que, por el contrario, la economía debe estar sometida a los límites ambientales. Tal vez lo inteligente sería razonar que no necesitamos sustituir la generación de la energía que actualmente consumimos por su generación a través de otras vías. Lo sensato, al tiempo que complejo, sería vislumbrar que la necesidad más urgente pasa por transformar radicalmente un sistema económico que precisa de un crecimiento ilimitado y continuo para ser viable y que, por tanto, exige mecanismos de explotación sistemática de los recursos naturales.
Sin duda, el reto se antoja escabroso, puesto que implica cambios estructurales a nivel individual y, fundamentalmente, a nivel de sociedad. No será sencillo demoler las ya consolidadas construcciones socio-culturales inculcadas durante las últimas décadas, que engloban enteros modos de vida basados en la inmediatez y en el consumo crónico. Quizás la complejidad del abismo, el miedo a la alternativa, se transforme en sencillez natural cuando por fin seamos conscientes y consecuentes con los límites de nuestro planeta.

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